A partir de 1945 se inicia una etapa
–que se prolonga hasta nuestros días- de crecimiento sostenido del comercio
mundial que ha conducido a una situación en la que el entorno
político-económico internacional afecta cada vez en mayor medida a las
decisiones empresariales. Este fenómeno es especialmente significativo en el
caso de empresas multinacionales cuyas actividades (exportaciones, financiación
en divisas, inversiones en el exterior, etc.) se ven afectadas de una forma muy
intensa por las alteraciones del entorno económico internacional. Para las
pymes, la progresiva apertura y liberalización del comercio significa una mayor
competencia en su mercado doméstico y, por ello, la necesidad de especializarse
y de buscar nuevos mercados fuera de sus fronteras naturales.
En los últimos años el crecimiento del
comercio mundial de mercancías ha estado siempre por encima del crecimiento de
la producción, lo que nos indica que las economías de los distintos países
están cada vez más interrelacionadas y son más dependientes unas de otras. En
conjunto, el comercio mundial de mercancías supera los cinco billones de
dólares anuales, una cifra superior al PNB de cualquier país del mundo, excepto
EEUU. El comercio mundial de servicios se sitúa por encima del billón de
dólares, mientras que en 1979 apenas alcanzaba los 100.000 millones de dólares.
Datos de 1995: EEUU y Alemania son los
países que tienen una mayor cuota en el comercio exterior de mercancías. En el
comercio de servicios, EEUU, Francia e Italia son los principales exportadores,
con España en el octavo lugar gracias, sobre todo, a los ingresos por turismo.
No obstante, si comparamos el comercio exterior con el PNB de cada país,
observamos que existen otros países con economías más internacionalizadas. Éste
es el caso de la República Checa, Países Bajos, Austria o Dinamarca. La
apertura al exterior de la economía japonesa es muy inferior a la de la mayoría
de los países industriales.
Podemos destacar una serie de causas que
han favorecido este incremento sostenido de la actividad económica mundial:
·
Estabilidad económica y
política. Con los acuerdos de Bretton Woods
(1946), que crean el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y el
Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) en 1947, se sientan las bases
de un nuevo orden económico internacional. Se establecen normativas sobre la
variación del tipo de cambio (régimen de cambios fijos, que a partir de 1973,
con la inestabilidad del dólar, pasaría a convertirse en un sistema de cambios
flotantes); se ponen en práctica sistemas de cooperación y ayuda financiera a
los países menos desarrollados y se va negociando la eliminación de obstáculos
al comercio mundial.
·
Desarrollo de los sistemas
de transporte y telecomunicaciones. Las
distancias tanto físicas como de tiempo tienen cada vez menos importancia debido
al gran desarrollo de los sistemas de
transporte y a la reducción de su coste. A nivel de las comunicaciones podemos
de decir que la globalización de los mercados es un hecho real.
·
Cambio tecnológico y
transferencias de tecnología. Los avances tecnológicos
que se han producido desde 1960 han hecho aumentar enormemente el tamaño mínimo
que tienen que tener las empresas para poder competir, forzando así la
internacionalización en determinados sectores como los ordenadores,
electrodomésticos, automóviles o medicamentos. En estos sectores en los que las
actividades de I + D son la base del desarrollo de los negocios, los
fabricantes de ámbito local se encuentran en una gran inferioridad de
condiciones ante las empresas multinacionales, de tal forma que a medio plazo
están, en general, obligados a integrarse en grupos empresariales o, de lo
contrario, desaparecerán.
·
Seguridad jurídica. El nuevo orden económico internacional y la progresiva
integración de los países en bloques económicos han creado un marco de
seguridad jurídica que permite desarrollar la actividad económica sin grandes
incertidumbres en la mayor parte de los países del mundo. Los sistemas de
registro de marcas y patentes se van agilizando, y para un cierto número de
países existe una cobertura multilateral. Además, cada vez son menos los
obstáculos a la inversión extranjera.
·
Homogeneización de los
gustos de los consumidores. Es claro que en
general las nuevas generaciones de todo el mundo muestran una cierta similitud
en sus gustos y actitudes. Por ello a medio plazo se espera que la
homogeneización de los gustos aumente, permitiendo sectores verdaderamente
internacionales donde hasta ahora sólo había mercados locales. Este hecho a
sido fruto más bien de un esfuerzo en promoción y publicidad a nivel mundial de
las grandes empresas de bienes de consumo que han creado su propia demanda. Aún
así, los gustos, actitudes y necesidades de los compradores siguen siendo
bastante distintos en cada país. En este sentido, existen oportunidades para
las empresas que sepan encontrar su nicho de mercado.
·
Competencia y estrategia a
nivel mundial. Los cinco factores anteriores han
hecho posible que las empresas puedan competir en todos los mercados y que, en
consecuencia, planteen estrategias a nivel mundial. El hecho de que la
competencia se plantee a nivel global actúa como elemento dinamizador del
comercio internacional.
La internacionalización de la economía
se ha producido no sólo a través del comercio de bienes y servicios, sino
también a través de movimientos de capital. Puede afirmarse que la inversión
extranjera está reemplazando al comercio internacional como gran estimuladora
del crecimiento y desempeña un papel clave en la estructura de la economía
mundial, especialmente en la industria de servicios y en los sectores de alta
tecnología. Analizando los flujos de inversiones extranjeras realizadas en los
últimos años, directamente relacionadas con las actividades de producción y
distribución, podemos destacar los siguientes aspectos:
·
La tasa de crecimiento de la
inversión directa en el exterior (15% anual) ha sido superior a la de la
inversión interior y a la del comercio mundial. Las empresas han reasignado
parte de su activo a favor de activos reales extranjeros; además, en su
estrategia internacional, la exportación de capitales tiene cada vez más
importancia en relación a la forma tradicional de competir con otros países,
como es la exportación de bienes.
·
En general, la inversión
directa en el extranjero de los países de la OCDE representa un porcentaje
creciente del PIB. Los países industrializados conceden cada vez mayor
importancia a la internacionalización de la economía y a la conquista de nuevos
mercados.
·
EEUU es el principal receptor
de capitales productivos extranjeros de entre los países de la OCDE, seguido
por Reino Unido y Suecia. España el séptimo en 1997. En los años 70 EEUU era
con diferencia el país que más financiaba al resto del mundo (40% del total de
la OCDE). Este cambio en el flujo de la inversión directa indica una
productividad elevada de EEUU que presenta una oferta de factores de producción
complementarios de los que se importan. La tecnología y la organización de los
inversores extranjeros se combinan con un marco institucional y económico
favorable, y un gran mercado potencial, en el que existe una legislación
liberal en aspectos importantes como el mercado de trabajo.
·
El surgimiento de Japón como
gran potencia inversora: los continuos superávits de la balanza de pagos
japonesa han permitido invertir los excedentes de capital en mercados
extranjeros, con el objetivo, entre otros, de superar barreras y restricciones
que tradicionalmente se han impuesto a los productos japoneses. Por otra parte,
las empresas occidentales invierten poco en Japón. Esto sucede porque la
eficiencia de las empresas japonesas es un elemento disuasorio, pero también
por la existencia de factores no favorables, como el idioma o un marco
institucional poco transparente.
·
La aparición de los nuevos
países industrializados (NIC), que han acaparado la mayor parte de las
inversiones dirigidas a países en vías de desarrollo: la inversión extranjera
ha interpretado un papel fundamental en la industrialización de México,
Tailandia, Taiwán o Corea. Esto implica, no obstante, una nueva profundización
en la desigualdad, puesto que el 90 % de la inversión directa extranjera que va
al Tercer Mundo se concentra en muy pocos países.
·
La consolidación de China
como unos de los principales receptores de inversión productiva extranjera: se
estima que en 1997 las inversiones extranjeras en China superaron los 32.000
millones de dólares, lo que supuso un crecimiento de más del 20 % en relación
al año anterior. Cada vez son más las empresas que invierten en China para
acceder a un mercado potencial de 1.200 millones de consumidores, con un
crecimiento medio del PIB en la década de los noventa cercano al 10 %.
·
La escasa importancia de los
países en desarrollo en los flujos de inversión internacional. Estos países
recibieron en su conjunto, en 1997, unos 70.000 millones de dólares, frente a
los casi 180.500 que recibieron los 15 países de la OCDE, distribuidos casi
exclusivamente entre el sudeste asiático (52 %), Latinoamérica (43 %) y Europa
del Este (10 %); las inversiones en África y los países árabes fueron muy
reducidas. Además, no fueron suficientes para contrarrestar las transferencias
derivadas de la deuda externa (principal + intereses) y de otros pagos, que se
han traducido en que los países en desarrollo más pobres están transfiriendo
recursos netos al mundo desarrollado.
Creciente dificultad para identificar el país de
origen de la inversión: los grandes proyectos de inversión exigen que los
grupos industriales se apoyen en grupos financieros. Se forman así grandes holdings
transnacionales que gozan de gran margen de maniobra y que de alguna manera
escapan al control de los gobiernos de los países donde invierten.